miércoles, 25 de mayo de 2011

MADRES ESTRESADAS, NINOS ESTRESADOS

Después de una vida de regularidad rítmica, calor y protección en el útero, el infante experimenta la realidad de la vida en sus primeros contactos con el mundo exterior. De la calidad de esta primera experiencia dependerá que el niño tenga una visión optimista del mundo.

La primera tarea de desarrollo que debemos lograr es adquirir un sentido de confianza básica. Cuando los niños son alimentados y cuidados amorosamente por una madre enriquecedora, tranquila y con actitud positiva, despierta en ellos un "sentimiento de bondad interior" provocado por la calidad de las relaciones que el niño establece con sus padres. Según plantea Winnicott: "La seguridad de los niños pequeños y sus madres tiene una fuerza mucho mayor sobre el bienestar social que cualquier otro factor".

El primer logro social del niño es permitir que su madre se aleje de su lado, porque ella se ha convertido en una certeza interior y en algo exterior previsible. Dice Wolman: "El camino que lleva de la infancia a la edad adulta es el progreso de la confianza en los otros a la confianza en sí mismo".

La confianza es el prerrequisito para que los niños logren la autonomía. Sólo aquellos niños que han aprendido a confiar en sí mismos y en los demás se atreverán a actuar por cuenta propia y sólo aquéllos que se atrevan a actuar podrán descubrirse a sí mismos y al mundo que les rodea. Así, un niño abandonado a sus fuerzas fracasará frecuentemente y perderá la confianza en sí mismo; un niño al que le hacen todo, se estancará y una permanente duda y una permanente dependencia serán las consecuencias de nuestros esfuerzos fallidos.

Siguiendo a Erikson se puede decir que cuando se ha logrado desarrollar un sentido de confianza, de autonomía, de iniciativa, de laboriosidad, y los padres han ayudado a sus hijos a reconocer sus logros, su valor, sus aptitudes, entonces, no habrá ningún problema para concluir con éxito la búsqueda y adquirir un sentido positivo de identidad.

Desde este concepto, es posible concluir que una madre estresada, por lo tanto, inquieta, angustiada, controladora, irritable, ansiosa, sobreprotectora, cansada, obsesionada con ciertos temas (orden, aseo, salidas, amistades, enfermedades, dinero, etc), con actitud de permanente sacrificio y abandono personal terminará en depresión, y podría derivar en actitudes hostiles hacia los niños, afectando directa y fuertemente el desarrollo de la confianza básica necesaria para establecer relaciones sanas a lo largo de su vida. Cuando los primeros vínculos son fuertes y seguros la persona es capaz de establecer un buen ajuste social, por el contrario la separación emocional con la madre, la ausencia de afecto y cuidado puede provocar en el hijo una personalidad poco afectiva o desinterés social. Es así como la baja autoestima, la vulnerabilidad al estrés y los problemas en las relaciones sociales están asociados con vínculos poco sólidos. Si las experiencias de vínculo han sido negativas y graves, el ser humano es más propenso a desarrollar trastornos psicopatológicos. Son las interacciones madre-niño las que influyen en el desarrollo socio-emocional y en la conducta actual y futura del menor.

De esta forma, el establecimiento de un vínculo afectivo disfuncional no sólo genera trastornos afectivos y emocionales en los niños, sino también en el ámbito conductual, educacional y de salud general, por ejemplo:

- áreas de desempeño el área educacional basadas en trastornos de atención y concentración y de aprendizaje, repercutiendo en el rendimiento escolar.
- Presencia de conductas desadaptativas, generando trastornos en el establecimiento y mantención de relaciones interpersonales con grupo de pares, adultos y sujetos de autoridad.
- el estrés y ansiedad durante el embarazo se asocia a un mayor riesgo de que el bebé nazca con bajo peso y desarrolle una enfermedad respiratoria.
- el estrés de la madre se relaciona estrechamente con la obesidad infantil, ya que tal como lo ha explicitado un estudio realizado en Estados Unidos, los niños entre 3 y 10 años de edad estarían comiendo más como respuesta a los problemas en el hogar relacionados con el estrés, utilizando esta técnica como vía de escape. Los niños mayores tienen la posibilidad de buscar escape fuera de casa.

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